Quiltras by Uribe Arelis

Quiltras  by Uribe Arelis

autor:Uribe, Arelis
La lengua: spa
Format: epub
editor: Los libros de la mujer rota,
publicado: 2017-07-20T00:00:00+00:00


BIENVENIDA A SAN BERNARDO

La primera vez que fui a San Bernardo con el Lautaro, caminamos por una calle de árboles gruesos y viejos, hacia la plaza. En una esquina, un tipo metió un cable a un teléfono público, por el espacio donde cae el vuelto de las monedas. Hizo un forcejeo, un baile preciso con el brazo, y el teléfono azul de Telefónica vomitó un montón de monedas de cien pesos. El Lautaro se cagó de la risa. Me miró y dijo: bienvenida a San Bernardo.

Pasamos a una botillería y el Lautaro compró una botella de vodka naranja para mí, para enseñarme a tomar “tragos de mina”. Él se compró una de pisco. Caminamos a la casa de la cultura y ahí nos tiramos en el pasto, a darnos besos y a movernos cuerpo contra cuerpo, como si estuviésemos culiando. Alrededor pasaba alguna gente, pero no nos importaba. Yo agarraba su cabeza y la sentía muy chica, igual que sus manos y su pene. El cuerpo del Lautaro era como una estrella: se hacía cada vez más angosto en las extremidades, en las puntas.

Esa tarde me fue a dejar en tren hasta Graneros. Nos despedimos en la estación. Yo fui a tomar el colectivo a Codegua, el Lautaro compró otro pasaje y se cambió de andén, para volver a su casa, a seguir tomando. Solo, me imagino.

Nos juntamos, no sé, cuatro veces, y me aburrí. Para mí, hasta ese momento, las relaciones y las amistades por internet eran menos reales, eran tangentes que desaparecían cuando apagaba el computador. Entonces dejé de pescarlo, como quien cambia de canal porque la tele le aburrió. Y asumí que esa liviandad era recíproca. Pero no. El Lautaro se volvió insistente en las llamadas por teléfono a mi casa a cualquier hora, en enviarme mails larguísimos en los que hablaba de todo lo que trabajaba y estudiaba para construirnos un futuro —para mí y para nuestros hijos— y en demostrarme sus atributos viriles con fotos en calzoncillos; argumentos que antes que convencerme, me aterraban. Después de meses de temer que apareciera en mi casa o a la salida del colegio, le escribí el mail más corto, honesto y efectivo que he escrito alguna vez: Córtala, Lautaro, prefiero comer caca que estar contigo.

Pasó el tiempo y entré a estudiar Ingeniería Química a la Usach, cumpliendo el sueño frustrado de mi papá de ser ingeniero. Lo que más me gustó de esa época fue llegar a un lugar nuevo, donde nadie me conocía y donde podía hacer con libertad las cosas que es feo que haga una mujer, esas cosas que nos prohibían las mamis del internado de señoritas. Comía completos a cualquier hora, tomaba ron hasta caerme inconsciente y me acostaba con quien quería. Y sin embargo —que es lo que más le hubiera ardido a las mamis— igual me sacaba buenas notas.

También fue bonito oler la intensidad política de la U. Las asambleas, los murales feos y combativos, las referencias a Víctor Jara. Eso que



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